domingo, 6 de septiembre de 2009

Refulgente Armani

Foto: Carlos Nuñez
Crónica de Antonio Lorca sobre La Goyesca de Ronda en El País...

Ha tardado un año en debutar en plaza de tanto tronío, pero lo ha hecho por la puerta grande. No es un chaval, porque ya tiene una edad; ni es un desconocido; ni torero; ni aficionado, quizá. Pero ayer, en la muy real, histórica y tradicional plaza de Ronda hizo su presentación un modisto italiano, conocido en el mundo por Armani, y de nombre de pila Giorgio, que triunfó y salió a hombros en loor de multitud. Y lo más grande es que no estuvo en carne viva, sino en alma pura, pues toda su presencia fue su creatividad, la obra imaginada y diseñada en un vestido de torear que lució su modelo preferido, un torero de artistas hechuras conocido como Cayetano en las plazas y en las pasarelas.

Salieron seis toros de aceptable presencia, variada condición y tres toreros de primer orden que cortaron orejas. Pero no hubo momento grande, ni faena de altura, ni toro bravo ni figura para el recuerdo. Lo que quedará en la memoria será el traje de Armani.

Pasaban minutos de las cinco y media cuando se abrió la puerta de cuadrillas y la expectante plaza se convirtió en un silencioso murmullo. Cayetano apareció enfundado en una elegante capa española realizada en raso del llamado "famoso" color "greige" de Armani, mezcla de gris y beige, y que para entendernos se trata de un color bronce muy opaco y tristón. Cayetano lució planta y capa con andares pausados, cuajados de elegancia, por tan grandiosa pasarela, hasta que el saludo a la presidencia le permitió presumir de traje del mismo color que la capa, cuajado de bordados y dibujos realizados con lentejuelas y pequeños cristales de swarovski que, a primera vista, no destacaba más que por su ausencia de brillo y guapeza. Es un traje que imita el tradicional vestido de luces, en el que destaca la chaquetilla más larga de lo habitual, con amplias y vistosas solapas y un amplio cuello levantado.

Pero quedaba la sorpresa final: el traje triste y opaco en la sombra resucitó como por ensueño en cuanto el torero pisó los terrenos de sol. Abrieron los ojos los cristales, restallaron de luz blanca, brillaron todos al unísono, y el torero -Armani, en suma- se convirtió en una antorcha de color, fulgurante y refulgente; tanto que, en algún momento, el brillo desvió la atención de los toros. En verdad, es que nadie estaba preparado para tan vistoso haz de luz.

"No te acerques mucho, Cayetano, no se te vaya a manchar el vestío", le gritaron al torero desde el tendido. Pero Armani diseña; Cayetano luce y el toro descompone. Y ocurrió en el decaído tercero de la tarde: el animal enganchó al torero por una de las piernas y al intentar mantener la verticalidad, se manchó el traje de sangre por la pechera y las hombreras y la obra de arte ya no fue la misma.

Después de esta voluntariosa crónica de moda y una publicidad gratuita para el diseñador italiano, quede constancia de que la LIII corrida goyesca no pasará a la historia por la bravura de las reses lidiadas, ni por el triunfo de los toreros ni la autoridad del presidente. A punto estuvo el usía de provocar un altercado de orden público al negarle la oreja a Perera en el quinto, lo que enfadó al público hasta extremos exagerados, lo que exteriorizó con lanzamiento de botellas al ruedo. El asunto no pasó a mayores, pues todo el mundo sabe que lo de los presidentes, por su ineptitud y falta de criterio, es una broma de mal gusto.

Manzanares cortó dos orejas a su segundo, pero su labor no fue la que se espera de un estilista de su categoría. Brilló en los detalles, en algunos naturales y un cambio de manos en su primero, y en un par de circulares en el cuarto. Pero faltó ceñimiento y hondura. No fue el torero grande de otras ocasiones.

Valeroso y seguro siempre se mostró Perera en su lote. Brindó su primero al empresario, Rivera Ordóñez, y nada más comenzar la faena se llevó un buen susto al ser derribado por el toro; pudo hacerse él mismo el quite y la cuadrilla lo salvó finalmente de la cornada. Quietud, cercanía, afán por agradar y escasa brillantez. Pidió el sobrero y volvió a mostrarse sobrado y eficaz.

"Cómo te queda el traje de Armani, hijo", dijo una femenina voz cuando Cayetano, desprovisto de las zapatillas y con las medias blancas al aire, toreaba con gusto al sexto, con el que se lució por naturales bellos y profundos.

Qué pena que a estas alturas, las ocho de la tarde, el sol se había marchado, y los cristales habían cerrado ya los ojos... Sólo entonces brilló el toreo...

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