viernes, 10 de junio de 2011

Toritos, paisa, bueno barato




















Nada queda de aquellas corridas de Beneficencia que eran el mayor estandarte de una fiesta del pueblo, en arte centelleantes como el rayo y rotundas como el trueno, solidarias con la comunidad y justas con la profesión, en la que las figuras compartían -y abrían, ¿por que no?- cartel con modestos triunfadores, y que en muchas ocasiones hacían que se quedara colicorta esa "extraordinaria" que siempre han vestido como coletilla. En definitiva, el mensaje más claro y nítido, sin necesidad de tuiters ni jefes de prensa, que se le podía mandar al resto de la sociedad: aquí lo tenéis, el Toreo es grande, tan grande que es capaz de empequeñecer a todos los que estáis en su contra.

Pero esta de 2011, ha servido, como todo lo que tocan estos que son figuras, para empequeñecer al toro, y mandar de paso el mensaje que firmaría cualquiera de los de la verdura, que esto de los toros es una pijada infame que de auténtico no tiene nada. Anunciados en este rastrillo que tiene de benéfico lo que Molés de Tomasista, los encargados de vender vulgaridad -de varias puestas, de segunda mano- en sus tenderetes han sido el maestro reverendo Mora, Morante, el que escacharra los relojes, y Juli, el torero más poderoso de la historia, en los corrales, claro. Los animalejos, de Victoriano del Rio, del encaste de siempre, seis bichos asquerosos que maldita sea el día en que los parió la vaca y la noche en la que no se los comío la zorra, para vergüenza de todo el que se confiese amante y defensor del Toro.

El de Plasencia, que lanzaba a los cuatro vientos "¡tooo-re-ría, traigo la to-re-riiiía!", resultó ser más que un burdo falsificador, un chanelante que, por llevar más años que la Tana con el chiringuito abierto, cree tener licencia para todo, hasta para adulterar las reglas más básicas del toreo y querer vendernóslas como material de primera calidad. Un tenducho más allá, un hombre de tez morena se empeñaba una y otra vez en vendernos un carro de desidia y otro de pena -la que sentimos por ver como se hunde un torero así-. Regentaba un puesto que tenía de todo y a la vez no tenía de nada. Un poquito de esto, un poco de lo otro, y una mijita de aquello, una macedonia de baratijas que por muy brillantes, chillonas y aparatosas, no dejaban de ser artefactos postizos. Con la sinhueso tampoco se manejaba mucho, un par de eslóganes, de los que se escuchan en casi todas las plazas, y punto; uno, que se da cuando alguién con clavel se interesa por el ganao que allí normalmente se vende, al que se le suele responder con un: "torito, paisa, bueno, barato, medio torito bonito"; el otro, cuando alguno de los del Siete -que miran pero no compran-, le pregunta por el Toro, por uno de Cuadri, Miura o el que sea, y ahí que viene el "morantito no intiende, reloj parao sí, pero Toro no intiende".  Ni lo entenderá, y  menos mal que los que no somos morantistas no tenemos que suicidarnos ni cosas de ésas. Y Juli, que traía el carromato lleno de importancia, poderío, temple, orejas, mando, oficio, y todas esas cosas que tanto se venden en otros mercaos, aquí... como que no.

Pero la culpa de que a éstos les dejaran meterse a quincalleros en la primera plaza del mundo es de Abella, ese al que trajeron para darle señorío y lustre a la CAM, y que por lo visto antier, ha terminado siendo como esa gitana vendefajas llena de verrugas que se erige en matriarca del mercaíllo, la que da el visto bueno al género y elige a los mercaderos. Abella, el autor intelectual de las miserias venteñas.

1 comentario:

Óscar dijo...

Muchísimas gracias, Don Antonio. Yo estuve allí, y su crónica es preclara como lo que (no) se vio allí.

Gracias de nuevo.

Óscar