miércoles, 30 de mayo de 2012

La butifarra






El corte de mangas de Simón Casas es la metáfora más inspiradora que refleja el momento actual de la Fiesta. Ahí, en el coliseo de Nimes, donde el pueblo se suele atiborrar, como en la antigüedad, con raciones industriales del pan y circo de nuestra época y mundillo, que son las orejas y el arte, se vino arriba en banderillas el gafapastero snobista, narcisista de élite y productor artístico de funciones ricas en chicha y nabo, autoproclamado como icono de ese modernismo de andar por casa que una mañana lo coloca toreando de salón juanto a Arrabal o Dragó en la puerta del Guggenheim, y esa misma noche lo tiene meando en una bacinilla, como Al Swearengen, aquel tabernero proxeneta de Deadwood.

Bernardo Domb, AKA Simón Casas, simón, piedra y apóstol sobre la que se edificará la iglesia del arte, reivindicó, a su manera, en el exilio, la abolida tauromaquia catalana. Donde no llegó la barretina de Serafín, la muleta ensenyerada de Antonio Barrera ni la despedida rave del dios de Galapagar y el ruiseñor de la Puebla, ha llegado el pícaro gabacho con su corte de mangas. Una butifarra, que como bien nos enseña la ilustrísima wikipedia, "en la lengua y la cultura catalana es hacer un corte de mangas", que ha ido a poner orden ante esa trajeada alegoría que sienta sus reales en el palco y que no se sabe muy bien porqué, se sigue haciendo llamar autoridad. Quien sabe si este Ché Guevara de la artycultura (cosas del Pulga), con tan catalanista corte de mangas estaba rindiendo su pequeño homenaje a la escasa afición que por culpa de una autoridad parlamentaria, que aspira a ser tan independiente como el ávaro presidente nimeño, que se negó a darle la galletita en forma de oreja a Luque, tiene que emigrar a las comunidades vecinas para asistir a un suculento atraco de toros. En el fondo, hasta cuando saca a paseo sus modales de pijo macarra, el bueno de Simón lo hace pensando en la afición, todo sea en nombre del arte.

En un coliseo, el César, con ademán mouriñista y pulgar retozón, en menos tiempo que cantaba un gallo, daba el veredicto vital a los reos que entre ellos, o contra bestias iracundas, se jugaban la vida. Dos mil años después, el toreo ya tiene su césar, que no era Rincón ni colombiano, sino galo y más charlatán que los vendedores de brebajes crecepelos del viejo Oeste. Emperador que en el coso de Nimes dictó su sentencia contra público y autoridad, que son los nuevos reos de este circo cruel que a pesar de la persecución de antitaurinos no se acaba nunca: o estáis conmigo o contra mí.


Contra ti, Simón, contra ti.








martes, 29 de mayo de 2012

El torero Castaño


Terres Taurines



Javier Castaño se ha convertido en la torerísima Trinidad del aficionado: hombre, lidiador y espíritu irredento que con sus salmos responsoriales beatifica el buen toreo, que carece de temporalidad, es perenne, ni es antigualla fósil, ni tiene porque dar de beber a las fuentes del vanguardismo; goza de perpetuidad, como ley justa de dios y proclama del hombre libre, a pesar de que su cauce tiende a desaparecer, como un guadiana cuya corriente, irremediablemente, está predestinada a doblar las manos en el abismo oceánico, desembocando en la collera de los manzanares, morantes y julys de turno, que forman, granito a granito de arena, risco a risco de destoreo, el delta de cultura.


Castaño, cuyos genes comparten la nascencia leonesa con el amamantamiento charro, como un héroe de la mitología castellana, de Castilla la vieja, que es a la vez fría y dura; fértil y acogedora, tierra forjadora de hombres recios e hidalgos, ha sido capaz de reciclarse, de renegar del toreo ventajista, chusco y pordiosero que practica con solemne fanfarronería la inmensa mayoría del escalafón, para erigirse en lidiador de época, delfín de Esplá y tantos otros, y lo más increíble, hombre y taurino respetable. Sus triunfos vienen siempre acompañados de la mano del extásis del toro con trapío, hierbas y casta, que es huella dactilar de la Fiesta, encargada de dar veracidad al asunto y de transmitir el miedo, gasolina que quema al aficionado a lo bonzo -único especimen ibérico (en claro peligro de extinción) que se metería el chisquero en señal de protesta por algo-. Aleación inflamable de canguelo y maestría capaz de hacer, en virtud a la naturaleza alquímica del arcano del toreo, que el cemento del tendido arda y chisporroteé como la Roma neroniana.

Para Castaño no habrá premios Paquiro, medallas de bellas artes ni entrevistas con rubalcabas. Es posible que Arrabal no sepa ni quién es, y que Dragó el único castaño que conozca sea uno que se cría en Chanthaburi, ciudad de la baja Tailandia, y cuyas raíces, empapadas en siete u ocho gin tonics, producen un efecto virilizante que no está al alcance ni de los abuelos cebolletas de las Ramblas. A la carpa no lo invitarán, con él Muñoz Infante no hará por evitar un conflicto de orden público y es seguro que los revistosos no andan a tortas por escribirle la biografía.


Ni falta que hace. Castaño es ya el torero de un pueblo que está ayuno de tíos valientes, honrados y políticamente incorrectos. Del que lo hace -nos guiaba Joaquin Vidal-, yo soy del que lo hace. Y Javier Castaño se lo hizo a seis Miuras en Nimes.


lunes, 21 de mayo de 2012

Guardiola. El toro de lidia.


Muriel Feiner



Ayer pisaron el barro venteño seis señores toros de lidia, seis pavos de Guardiola con romana, cuajo, edad, pitones y aviesas intenciones. Media docena de galanes, que a pesar de llevar más kilómetros en los lomos que el baúl de la Piquer, no doblaron una pezuña, ni un maldito resbalón en la ciénaga en la que se había convertido el ruedo. Me acuerdo ahora de los pelmas del arte, que clamaban al cielo hace unas semanas en la feria sevillí porque los montealtos, garcigrandes y derividados cárnicos juampedreros se pegaban leñazos contra el suelo como aquellos chinos de Humor Amarillo. Echaban la culpa del desastre al cambio de cantera suministradora del albero, que si bien está en el mismo terreno, Alcalá de Guadaira, los responsables maestrantes mudaron la cartera, sería por la crisis, a la empresa picapedrera del cerro de enfrente. Estos villamartas no acusaron nada, cuando hay casta y fiereza, que les sale por los ojos con esa viveza lunática en la mirada, que es como un aparato de rayos X criado para radiografiar sólo toreros de Interior, no hay lugar a la mezcla de vergüenza y pena que da al aficionado ver una tarde tras otra ese muestrario de lenguas lamiendo la arena, de bichos sangrando como puercos en San Martín mientras se mueven, de aquí para allá, afligidos y asustados, detrás de la tela que vuela con chulería y desahogo el nachoduato de turno.

El miedo, que mama de la teta del peligro, hizo ayer acto de presencia. Recordemos que la grandeza de la tauromaquia reside, antes que en las formas éticas o estéticas, en que el que se ponga a ver una faena, sea aficionado o no, sea de la calle Pureza o un becado erasmus de Helsinki, capte el génesis primitivo del toreo: "lo que hace ése que está ahí abajo no soy capaz de hacerlo yo, ni creo que esté al alcance de cualquiera". La sensación en todo momento ayer fue esa. Ver a Fundi y a Uceda Leal, que con José Ignacio Ramos han sido los mejores estoqueadores de la última época, dar un mitin a espadas, dió buena cuenta de la dificultad de la profesión cuando hay un toro, como Dios manda, delante.

Todos mis respetos para los tres toreros, que echaron para adelante una tarde perruna con un ganado que nadie quería. Y para Jaime Guardiola, por criar toros aptos para la lidia, que escrito así, de carrerilla, suena a fácil, a chascarrillo torista, pero que en los tiempos tan descastadísimos que corren, es un lujoso patrimonio que el aficionado no debiera permitir que se perdiese.

 



El muerto vivo






Pues no. No estaba muerto, ♫ no, ♫ no. Tampoco tomando cañas, ni de parranda. También desmiento categóricamente que una banda de taurinos me haya tenido secuestrado veinte días, viajando de aquí para allá, cargado en el zulo de un camión, como han estado los pobres toros de Guardiola. Asimismo niego que me haya dado un marichalazo y que esté al borde de la muerte, como los renacentistas florentinos -padres del escacharramiento de relojes hispánico-, infartado con el colesterol del arte, aquejado por un síndrome de Sthendal casposo y esnobista, afectado por el bienpagado verbo de Dragó y el donaire andrógino y versallesco de Manzanares. Dejé de escribir por que esto de los toros ya me aburre tela -intento quitarme, fracasando una y otra vez, como el yonki decano del Proyecto Hombre- y también porque ahí andamos, echando el resto en la rehabilitación de una pata quebrá por cargar la suerte a deshoras.

Así que seguiremos arrejuntando letras de vez en cuando, para quitarnos el gusanillo y compartir -iba a decir ilusiones ¡qué cándido!- desencantos -cómo le entiendo, Don Domingo Navarro- con los cuatro amiguetes que pasan por este rincón en el que solo se entiende el toreo desde la posición anticuada, trasnochada y salvaje que dió a la tauromaquia su máximo grado de esplendor.